LOS ZAPATOS ROJOS
Todos nosotros por estar inmersos en la sociedad de consumo parece que cuando soñamos, aspiramos a poseer algo cuanto más fuera del alcance de nuestras posibilidades mejor. O sea que soñamos con tener una pertenencia que en el 90% de las veces excede nuestro presupuesto.
Así algunos sueñan con tener un deportivo supersónico, otros un yate de aquí a Mallorca, una casa de película o llamarse Mary Pili y tener dos tetas como dos carretas.
En nuestra vida las circunstancias cambian pero en la mayoría de los casos los sueños permanecen y resisten las embestidas del tiempo como un ancla que nos recuerda quienes somos en realidad y que en el fondo lo importante es soñar.
Mi sueño está por los suelos, en mis pies.
En mi infancia la ilusión que reinaba en mis pies era dejarlos libres de ataduras, de roces y apretujones, libres de zapatos, para desesperación de mi madre y del médico que no sabía qué recetar para que las anginas dejaran de ser mi segundo nombre.
En mi adolescencia, mi uniforme no le permitía a mis pies otra cosa que unos zapatos marrones con cordones, zapatos a los que llegué a odiar con un rencor mutuo: yo no les pasaba un betún en meses y ellos se vengaban arrugándose de mala manera para mostrar a los demás quien mandaba en mis pies. Por suerte yo sobreviví y ellos acabaron en el cementerio de zapatos odiados.
En mi juventud contestataria mis pies no llevaban otra cosa que Kickers, con lo que cambié un uniforme por otro, aunque este consentido y alentado.
En mi madurez, creia haber por fin consguido que mi sueño se hiciera realidad con todo su esplendor y que mis pies, mi cabeza y mi presupuesto se pusieran de acuerdo:
mi sueño es tener unos zapatos rojos
Pero no un rojo cualquiera, yo los quiero rojo pecado, que es un color que yo tengo en la cabeza mezcla de vino tinto, sangre, fresas y cerezas poco maduras. Y brillantes, de un brillo como el sol pero sin cegar, permitiendo con generosa tolerancia que todo se refleje. Y con tacón de aguja, de aquellos que te elevan la moral y la autoestima (o al menos te lo parece).
Esos quiero yo.
Bueno esos, pero es que mi sueño, que antes estaba solo en mi cabeza, un día se vio reflejado en el cristal de un escaparate de París: alguien tuvo mi idea y la plasmó. Un diseñador, cuyo nombre no pondré porque solo de pensarlo ya me cobra derechos. No quiero pecar de snob ni de manirrota, pero es que este señor hace unos zapatos que no andan solos pero te gritan: póntelos, como una tentación auto satisfactoria, pero en los pies.
Pero ahora me doy cuenta que nunca podría comprar unos zapatos así porque uno no puede evitar pensar que es una frivolidad que ni yo ni el mundo se puede pemitir. Con lo que me costarían podria comer medio campamento de Darfur durante un mes.
Pero no renuncio a soñar. Mi sueño no me cuesta nada, y a veces no sé si no es mejor que se quede ahí, en mi cabeza para rescatarlo cuando quiera y ponerme estos zapatos maravillosos, (que con el tobillo que tengo es como ciencia ficción), aunque en realidad haga como Marilyn Monroe: ir descalza con unas gotas de mi perfume favorito en los pies.