Maldita pesadilla que anidas en mi alma, de terror siembras mi agonía mientras carcomes mis entrañas. La culpa me desvela, la muerte me ata de pies y manos. Nada puedo hacer para acercarme a ti, nada puedo hacer para tenerte cerca.
Aún te escucho susurrarme en mis oídos cuando en calma están mis sentidos, te oigo, te lamentas y me lamento por lo ocurrido. Nunca podré perdonarme que todo lo vivido solo sea más que un suspiro, uno que viene y va, uno que comienzo a olvidar. Lo vivido se aleja de mi, mientras la pena se adentra más y más en mi ser no dejándome respirar, no dejándome contemplar la belleza de lo que me rodea.
¡Por qué! ¿Por qué tan idiotas fuimos al pensar que el tiempo sellaría las heridas provocadas por el rencor y la estupidez humana? Nunca me perdonaré el no volverte a ver, el no dirigirte la palabra, estúpidas ahora son las disputas frente a la muerte que nos aguarda. Pero en ello no pensé, no. Mi agudeza no contempló tal posibilidad, y tu osadía al desterrarme con tus palabras no ayudaron a nuestra amistad. Nuestro orgullo y principios nos separaron del camino, ¡cuan importante es ahora todo lo dicho! pues no recuerdo ya lo hablado ni discutido, solo la última noche que tu sonrisa alumbró mi camino.
Ahora solo me quedan mis sueños, dormiré hasta cansarme de lo dormido, dejaré que se oxiden mis palabras y mi mente ya no vuele hasta mundos desconocidos. Solo hay un mundo ya para mi, el mundo en el que estoy contigo.
Pájaros carroñeros alejaos de mis sueños, dejad que la pena se adueñe de mis ansias de vivir, dejadme dormir tranquilo que mis sábanas cubran mi pesar y que las paredes sean la prisión de mi desdicha. No sigáis atormentando mi oscuridad, la soledad ya será suficiente castigo para mí.
Seguiré pensando en ti, aunque no estés, aunque no te sienta. Tarde es ya para mí, mi perdón se desvanecerá entre penumbras y mi adiós quedará en un olvido de lo que nunca ocurrió ni ocurrirá. Perdón.