De pequeño fue un niño alegre y travieso, de brazos y de piernas largos y e infinitos. Estos eran como incansables palitos que acentuaban más su delgadez y por su culpa, se movía cual marioneta desgarbada, como si esperara que alguien arreglara de una vez los hilos para estar lo que se dice bien hecho. Estas piernas que parecían estar siempre estorbando o fallando en los momentos decisivos serían a la postre las causantes de su prometedor futuro.
Era moreno de piel, de ojos negros vivos y soñadores, que daban la impresión de buscar siempre el más allá de las cosas, el más allá de las palabras. Era lo que se dice un niño preguntón. Respondón se convertiría con el paso del tiempo. Pero lo que más destacaba era su pelo, corto y tieso como púas de erizo. Algo raro en una época en la que los niños se lo dejaban crecer hasta niveles femeninos, pero es que su padre tenía un odio visceral por el pelo más largo que el cuello de su camisa. A la que se podía pellizcar un poco de pelo, al barbero. Él no decía gran cosa ante la rapadura, pues aprendió pronto que quejarse por imposibles es perder el tiempo, más valía dedicarlo a su gran pasión: la pelota. Era su inseparable compañera, a la que compartía sin ningún empacho con cualquiera que quisiera darle una patada, cuanto más fuerte mejor. Eso chocaba con el cuidado que después le prodigaba al redondo juguete, pero esto es un misterio que no toca ahora resolver.
La pelota le llevó a conocer otra pasión: el fútbol. Aunque esta no le proporcionó mucha dicha, ya que no corría lo suficientemente rápido ni era lo bastante fuerte como para imponerse a los cabecillas del barrio, con lo que nada de delantero, quedó relegado a defensa. Y suerte tuvo de que Manuel fuera gordito y lento pues le libró de encasillarse para siempre de portero, y eso, cuando juegan un montón de chavales sin concierto puede ser una mezcla de juego entre aburrido y peligroso en el que tienes todas las de perder como atestiguaban los moratones de Manuel o los bostezos que se le veía dar, aunque no perdía el tiempo y entre ataque y ataque se zampaba un bocata, que sino se encontraba débil para la contienda.
Pero como todo niño que se precie tenía un sueño que conocían todos, sobre todo sus padres, por si lo convertían en realidad: tener una pelota de cuero, una de reglamento, dura como una piedra, como la de los equipos de primera. Y no perdía ocasión de reclamarlo. No había cumpleaños, santo o reyes que no suspirara lo más fuerte posible por su preciado juguete para ver si de una vez se decidían a comprarle lo que ansiaba y no las burdas copias que le endilgaban pensando que no se daría cuenta. Si con sólo apretar un poco se veía enseguida que aquello no era de reglamento.
Tenía un primo, el Mechas, que tenían la misma edad. Las madres eran hermanas e hicieron una especie de carrera a ver quien se quedaba embarazada primero, cosas de la época. Vistas las cosas ahora sorprende que alguien haga una cosa semejante a la edad de 25 años, si fuera a los 40 aún. En fin que los tiempos cambian que da miedo.
A los 15 años, los padres decidieron que se debía celebrar tan importante fecha en la vida de un adolescente dándole el gusto, que disgustos ya va a tener en la vida.
Así le regalaron su preciada pelota y a su primo una bicicleta como dios manda, alta, brillante, con el manillar forrado para que no te resbalen las manos y un sillín mullido para hacer más confortable la zona de apoyo. Pero la fiesta no fue todo lo feliz que se prometía. Cuando los primos fueron a por sus regalos, el Mechas comprobó alarmado que sus pies no llegaban a los pedales. No en vano era bajito para la edad, aunque por su complexión no lo pareciera.
Se armó una buena. La madre del Mechas acusó al marido de no hacer nada a derechas, de no tener dos dedos de frente, de ser un cero a la izquierda y un montón más frases hechas que el pobre hombre quedo sin decir palabra ante tal derroche de sabiduría popular. El Mechas llorando, sus padres a un paso de la separación y él con ganas de irse a jugar y probar cuan duro era el cuero. Pero en esto que su padre le cogió la pelota y le dijo:
-Súbete a al bici.
Se le paró la respiración, y acostumbrado como estaba a obedecer, se montó a la cromada bicicleta, que dicho sea de paso, le iba como un guante. Los pies se acoplaron a los pedales y empezó a rodar sin notar el mínimo peso de la maquina ni la incomodidad del sillín ni nada. El único peso lo tenía en el pecho pues su preciosa pelota había ido a parar a manos de su primo. Llorando de rabia salió de la casa, tirando la bicicleta al suelo y fue a refugiarse en el sitio especial que todos tenemos que creemos que nadie conoce y que resulta que todos saben. Y allí lo encontró su primo para devolverle la pelota.
Nunca sabrá por qué lo hizo pero le devolvió la pelota y se fue a buscar la bici, la levantó del suelo y se fue con ella por estos caminos, rodando y rodando hasta convertirla en parte de su vida.
A partir de este día no hubo pelotas, ni fútbol ni nada que no fuera su bici, a la que incluso puso nombre, el más repetido por todos sus cuadernos hasta que fue desbancado por un lindo nombre de chica.
Y con otra bici, más moderna pero no más querida que la primera , va a intentar bajar un crono que se le resistió hace algunos años. Está convencido de que podrá hacerlo y nosotr@s, sus coforer@s estaremos pendientes del foro para saber cómo ha ido.
Pero sea cual sea el resultado, Para tod@s nuestro campeón será Odiseo
PD: No le enviéis nada más fuerte que una foto, que luego no sea que lo descalifiquen por doping.
Tema: El ciclista accidental 
Vie Sep 05, 2008 5:28 pm
