Una tarde en la peluquería

Me gusta ir a la peluquería. Me parece que el hecho de que me laven, peinen, tiñan y cualquier otra porquería que se pueda poner en el pelo me da otro aire; soy yo pero más contenta. No es que me hagan gran cosa pero a mí ya me está bien si yo me veo bien que es lo que importa.
De todas maneras cuando más me apetece ir es cuando más de bajón estoy, cuando me siento un poco depre. Es pedir hora y parece que me sube el ánimo, como anticipándome a la orgia capilar. Y lo que es más curioso, cuanto más depre me siento, más cosas me hago en el pelo. Es como si compensara llenando de potingues mi cuero cabelludo la escasez de armonía que en aquellos momentos pudiera sentir dentro.
También me gusta ir por ver los últimos adelantos en cosmética capilar. Como mi peluquera me los pone a la altura de la vista, cada vez que voy, me distraigo viendo qué han sido capaces de hacernos creer que necesitamos los gurús de la ingeniería peluqueril.
Así me entero de que hay cremas, champús y lociones para que todo quisqui se transforme: cambiar de color, de forma, longitud, volumen.. vamos cualquier cambio en lo que a pelo se refiera está a tu alcance: también hay potingues para los que tienen caspa, grasa, se les rompe, se les cae, para los que se tiñen.. y así hasta el infinito Y también para los que tienen el pelo “normal”. Primero, quién tiene el pelo normal y segundo para qué se va a poner algo en el pelo alguien que ya lo tiene normal. Un misterio
También me gusta ir para ponerme al día de lo que pasa por el mundo y que no sea de interés. Como no veo la tele más que cuando las noticias, cómo voy a poder opinar sobre bodas de postín, que por lo visto la gente se casa, al menos los que no han de pagar hipoteca. O sea, que me leo el Hola. Y hay que ver que bodorrios hace la gente. Claro con lo que les paga la revista ya tienen para ir tirando, no como los demás, que encima que no salimos para nada, hemos de pagar para ver salir a los otros.
Al principio de leer la revista creí que mi vista había perdido mucho últimamente, mirando las caras todos los invitados me parecían iguales, pero luego resulta que son los mismos y que van a todas las bodas. Eso si, se cambian de traje. Hay una señora que debe estar en nómina, ella y sus hijos, una tal Naty Abascal, que sale más que la letra a. Creo que la he visto en todas las página menos en las de cocina y pasatiempos.
También puedo ver las casas que enseñan los famosos. Cosa que yo nunca haría, más que nada porque con la cantidad de polvo que tengo, seguro que al lado me ponían al mayordomo Tenn para aprovechar y hacer publicidad a mi costa.
Y además yo mi casa solo la enseño a mis amigos, la enseño y les dejo que hagan lo que deseen, con tal que repongan lo que consuman y me devuelvan lo que se lleven. Y para ser sincera, yo nunca enseñaría semejante adefesio, aunque la tenga recién pintada y pagada a toca teja.
Y qué decir de los últimos eventos: como me iba yo a perderme Ascot y sus sombreros. Nadie que se precie puede pasar por alto semejante despliegue de tolerancia visual
La gente confunde original por orinal y esto es lo que acaban pareciendo.
También hay homenajes a gente que aun no se ha muerto. A mi me daría yuyu tanto homenaje.
Y sale realeza europea Y sale más realeza europea, supongo que para que se vea que hacen algo: bailar, inaugurar, casarse y tener hijos y otras cosas igual de interesantes y productivas.
En este apartado los que se llevan la palma son los de Mónaco. Hay un reportaje en el que la princesita monegasca lleva un vestido que no solo le está fatal sino que le pone los pechos a la altura del estómago. Si sigue así necesitará toda la silicona del “se va a llevar” para aguantarlos en su sitio.
Al cabo de media hora ya tengo bastante información inútil y me quiero dejar espacio en mi disco cerebral para otras cosas.
Y ahora viene lo que no me gusta. A mi no me gusta que me toquen la cabeza, a mi me gusta que me toquen los pies, que me hagan masajes, que me los acaricien, que me los besen y más cosas, me da tal gusto que… (bueno, algo que podría poner en la terraza de Eros)
Cuando me lo tienen que lavar ya me pongo de uñas. Ya le puedo decir yo que tengo el cuero cabelludo delicado a la chica, que ella venga a frotar, como si me quisiera limpiar los pensamientos. Y ella encantada, como si me hiciera un favor.
Otra cosa que no me gusta es la pinta que tengo con el pelo así con el tinte o cuando me hago mechas que con el papel de plata parece que me están poniendo electro shocks o me preparan para el horno y parecer comida con arte.
Y por último creo que debo ser de las pocas personas que salen de la pelu con el pelo más largo que cuando entró. Vaya estirones que me dan para secarlo. Yo ya digo que no hace falta, que me hago una coleta y en paz. Pero la peluquera, que me quiere mucho, se esmera en dejarlo liso y venga a tirar con toda su fuerza.
Pues nada que salgo de la pelu con el pelo tieso, mi cabeza medio dislocada, mi cerebro lleno de imágenes de princesas y cortesanas y mi depre medio olvidada. Sólo falta que vaya y me compre algo que no necesito y adiós depresión.

Jeje, yo también voy a la pelu y de compras cuando estoy de depresión (si la depre no es muy severa); pero sin embargo me encaaaaaaaaaanta que me toquen la cabeza. Lo disfruto, y si es menester me duermo.
Lo que yo no soporto de las peluquerías son las peluqueras que se creen obligadas a tener que hablarte... que yo sé que hablando el tiempo pasa más rápido, pero estoy o relajada por el masaje (no me hables que estoy dormida), o cotilleando en las revistas (no m hables que no te escucho, quiero ese vestido...), o acojonada porque me están cortando (no me hables y baja ya esa tijeraaaaa).
Resumiendo, me gusta ir a la pelu pero no las peluqueras cotorras... De hecho el viernes que viene he decidido ir